EL SON SAGRADO QUE OIGO AHORA
sólo existe en la soledad del aire
con la que aprendí a repetir mi nombre.
Entonces mis ojos codiciaban vértigos
en las nubes
como en un viaje interno de giroscopio
y caía aturdido en la oquedad
junto al río
con un talismán en la mano
ebrio de astros
sin saber que oraba.