Un Pozo y Cuatro Espejos Selénicos

 

LUIS CARNICERO -

Acaso lo intuí, o lo soñé, al verla: todo cuanto existe es forma nombrada en un paisaje, y la realidad no es sino la representación que nos hacemos, cámara oscura, pura visualidad.

Fue en una atardecida, de muchacho. Tras haber mirado desde lo alto la provincia —desde uno de los dos pechos del Omaña— descendí con ella y contemplé su imagen y la mía reflejadas en una fuente de Montrondo.

Desde entonces, he observado su piel especular, esperando que posara en mí sus ojos fulgiendo en noches de certeza, dudando en días de nubes, de selvas de ángeles: gatos o cerezas.

Desde entonces he traspasado sus espejos: he seguido, cotidianos, lo ficticio y lo real, sus cambiantes perfiles, empequeñeciendo yo también con destino al oeste, a Cabrera, a los mitos y los signos, a la escalera del Teleno; la he encontrado en el Valle del Silencio, prendida en un camino hechizado, en gozos de negrura rezada o enmohecida en piedra que eleva, escondiéndose hasta ser nada, y no podía describirla; he subido al Pico de la Cruz, para sentir su magia renaciendo de vida cegada, o de muerte despierta, entre enigmas que ocultara en el Valle el agua del Pantano; y he ido hasta Caín para entregarme errabundo al Cares, laberinto de garganta amurallada, hasta llegar al Canal de Trea, por Puente Bolín y ascender al Jultayu para divisarla en Torrecerredo, y enmarcarla al raso sobre cumbres, omnisciente diosa, alquímico astro, verbo y metal, de cara a veces nívea de luz, o sin sombras ebria; azul, roja, ensangrentada, o cenicienta —reflejado el mundo en ella— abismal: luna primera

¡Pozo y espejos alzados en la infancia, decrecimiento un día, ocultación… renacen a la plenitud! Tierra y memoria en los sueños de creación son de igual pureza. Ah, realista Luna de Borges, soñada de Kepler, eterna de Jan van Eyck junto a cuerpos en Cruz, que Endimion os vea.

El presente no existe; el futuro es un suspiro y, el pasado, un armario de Luna.